Días feos

El día amanece feo y gris y no parece tener ganas de arreglarse para mí. Ni rímel, ni pintalabios, ni siquiera un poco de perfume. La única alternativa parece ser quedarme en casa, compartiendo sofá y película (mala, muy mala) con mi hermana y mi cuñado, tan acaramelados y tan monos ellos.

Abro el messenger y repaso la lista de personas conectadas. Nada interesante. Subo y bajo varias veces los cuatro pisos que ocupa la casa de mis padres, en busca de algo que hacer. Tampoco nada.

Mi intención de reanudar mi vida parece frustrada por las circunstancias, pero sólo es momentáneo, sólo hasta que vuelva a mi casa, sólo es un pequeño bache (quizás si me lo repito el suficiente número de veces, terminaré por creérmelo).

Entonces recuerdo una de mis promesas, ponerme al día con tareas atrasadas. Así que me siento a leer el dossier que repartió el profesor de historia contemporánea la semana pasada. Va a flipar cuando descubra que por una vez llevo el trabajo hecho a clase.

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