Haciendo tiempo

Llaves, móvil, tabaco, cartera. Todo al bolso. Carpeta (Pesa mucho, debería vaciarla un poco). Compruebo de nuevo que lo he guardado todo y salgo de casa. Como un autómata recorro el mismo camino de todos los días, calle del parque, Coso, plaza de toros, facultad.

Miro el reloj del móvil, el de muñeca no sé dónde debe andar, es pronto para entrar en clase, así que me acomodo en uno de los bancos que hay en la plaza que queda justo en frente del edificio y dejo que me dé el Sol mientras enciendo un cigarro y busco con la mirada alguna cara conocida, pero la plaza está prácticamente vacía.

Me acomodo tanto como puedo y no tardo mucho en perderme en mis desordenados pensamientos, con la sensación de que camino por una habitación llena de papeles hasta el techo, cosas por hacer, cosas que debería haber hecho, cosas que me encantaría hacer y nunca haré... Y así un largo etcétera.

Escucho cómo las puertas automáticas de la facultad se abren y miro hacia ahí. Sale un chico al que no había visto nunca, pelo revuelto, barba de tres días, vestido como si viniese de las trincheras y con una gastada mochila de lona al hombro. Pronto se percata de que le estoy observando y desvío la mirada, aparentando estar interesadísima en un árbol cercano. Cuando han pasado varios segundos vuelvo a mirarle a través del humo de mi cigarro y descubro que él también me mira a mí. Esta vez le sostengo la mirada un poco más, pero inevitablemente vuelvo a apartarla.

Seguimos el mismo ritual hasta que escapa de mi campo de visión y yo vuelvo a mi desordenada mente, añadiendo un documento más, con fotografía adjunta, a esa pila de papeles que debería ordenar y clasificar un día de estos.

Apago el cigarro, miro el reloj y me levanto. Para variar, llego tarde a clase.

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