En vela

Tras una larga (muy larga) noche en vela, cuando la oscuridad del cielo nocturno comienza a disiparse para dejar paso a un día nuevo, a estrenar, consigo dormirme, sumiéndome en un sueño ni demasiado dulce ni demasiado reparador, pero sueño al fin y al cabo.
Ni siquiera ha pasado una hora cuando algo me devuelve a la realidad. Con un ojo abierto y el otro enterrado en la almohada intento identificar qué es lo que me ha despertado. No se hace esperar. Desde el piso de arriba me llega el sonido estridente y desagradable de un taladro o una máquina similar. Miro el reloj. Las ocho. Pero sólo será un momento, me digo.

A las once y media el ruido cesa por primera vez y yo ya he recordado a toda la familia del vecino de arriba, la del obrero que está trabajando y la del barbudo de bricomanía, tanto vivos como muertos. Ahora que hay silencio trato de aprovechar para dormir, pero algo me dice que en cuanto consiga alcanzar los brazos de Morfeo, el horrible ruido volverá, y eso me impide dormirme. Finalmente caigo en una agradable duerme-vela. Hasta las doce y media, cuando el ruido vuelve a empezar. Supongo que era la hora de almorzar.

Resignada, me levanto de la cama y procuro no hacer la cuenta de cuánto he dormido en total. En ese preciso instante, suena el teléfono. Mi padre me llama para quedar conmigo a comer. Fantástico, precisamente era lo que más me apetecía. Tras acordar un lugar y una hora, me miro en el espejo del cuarto de baño. Definitivamente hoy no puedo presentarme a ningún concurso de belleza. Me encojo de hombros,qué le vamos a hacer. Me ducho, me visto, me pongo las gafas de sol y abro la puerta de casa echando un último vistazo a mi cama, recordándole que tenemos un asunto pendiente, como quien reta a otro a un duelo al amanecer.

1 comentarios:

  1. Eso del sueño en mi pueblo se arregla con un par de botellas de ron =P

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