Un café, por favor.

Suena el despertador a las cinco y media de la mañana. Toca levantarse a dar el último repaso del examen que tengo a las nueve.

Con un ojo cerrado y el otro a medio abrir voy a la cocina a hacer café. No queda. Bien.

Me lavo la cara con agua fría para intentar despejarme, mientras voy haciendo tiempo para que abran las cafeterías. Me pregunto a qué hora abren. Ni puta idea, nunca salgo de casa antes de las nueve y pico.

Paso como puedo, hasta las siete y media, cuando no aguanto más, necesito combustible, y me visto para salir a la calle.

Tiro directa hacia el típico "bar de abajo". Cerrado. Vale. Sigo caminando, hacia el bar más cercano. Cerrado.

Echo a andar hacia la universidad. Cerrado. Cerrado. Cerrado. Panda de vagos.

Al final decido tomarme el café en la máquina de la facultad. Ni una moneda. Ni una.

Voy a mirar si han abierto la cafetería de la facultad. Está abierta. La camarera me da una extraña explicación (que no me molesto en intentar comprender, sin cafeína de por medio no) sobre por qué no tienen cambios, que si tengo suelto. No, no tengo. Lo más pequeño que hay en mi cartera es un billete de diez.

Respiro profundamente. Salgo de nuevo a la calle y recuerdo un bar cercano. Cerrado. A punto de matar a alguien.

Encuentro por fin un oasis, una cafetería abierta. Son ya las ocho y cuarto. Llevo tres cuartos de hora buscando un puto café. Aunque a esas alturas igual me habría dado café que una raya de coca. Lo que sea, pero ya.

Milagroso. Tienen cambios. Tiene café. Tienen tazas.

Y por fin, después de tres horas despierta, me convierto en persona.

0 comentarios:

Publicar un comentario

 
Tinta Invisible Blog Design by Ipietoon