Procrastinación

A la una de la madrugada, después de unas doce horas sentada frente al ordenador para terminar un trabajo que tengo que entregar a las diez de la mañana (un trabajo tedioso y repetitivo que me hace recordar cada diez minutos a toda la parentela difunta de la persona que me recomendó hacer ese curso, porque era "muy interesante"), mi cuerpo me grita que no puede más.

Las cientos de fotografías de pinturas rupestres que he de repasar, analizar y comentar comienzan a parecerme un test de Rorschach y me descubro buscándoles un significado que desvele mi estado mental (con nefastos resultados, creo que tengo algún engranaje cerebral oxidado).

Me duele todo el cuerpo y los ojos comienzan a cerrárseme peligrosamente, pero todavía me faltan por lo menos dos o tres de horas para terminar, y eso tirando por lo bajo, así que pongo música, me meto en la ducha y decido hacer una cena tardía consistente en dos cafés y una galleta rancia.

A las cinco menos cuarto por fin termino y me meto en la cama hecha un manojo de nervios, porque sé que el trabajo ha ido descendiendo de nivel según avanzaba y que las últimas líneas bien podría haberlas escrito un niño de primaria. Además, la impresora, para variar, no funciona o se hace la loca.

A las ocho y media suena el despertador y maldigo en arameo porque no quiero dejar mi cama, que esta mañana se ha convertido en el lugar más cómodo y acogedor del mundo. Aún así, y tras una dura discusión conmigo misma me pongo en pie, me meto mi dosis de cafeína y salgo a buscar una copistería en la que me impriman el dichoso trabajo, a sabiendas de que con sus casi doscientas páginas me van a cobrar por lo menos un cuarto de riñón y la mitad de un ojo.

Mientras camino por la calle subo el volúmen del MP3, más que nada para no quedarme dormida mientras espero a que los semáforos cambien a verde. Llego a la copistería y después de una larga, larga espera tengo mi ladrillo impreso y encuadernado. Sólo le falta un lazo.

Y por fin, cuando faltan cuatro minutos exactos para que termine el plazo de entrega, dejo caer el fruto de mis desvelos sobre la mesa.

Moraleja: Procrastinar no es tan divertido como parece, no lo intenten en sus casas.

3 comentarios:

  1. Uff, no podría, no quiero desilusionarte pero jamás volvería a ser estudiante, aunque otros se empeñen en decir lo contrario, qué tenga buen fruto el trabajo, solo puedo desearte, bss

    ResponderEliminar
  2. A veces se hace inevitable, eso de procrastinar.

    Recuerdo unas frases incluidas en un libro que trataba la Ley de Murphy, y que decían algo así:
    Cuando el tiempo tiende a cero, el esfuerzo tiene a infinito.
    Corolario: en la vida no se haría nunca nada si no fuera por ese último minuto.


    El único problema es que son demasiadas las ocasiones en que el tiempo de demora suele ser tiempo perdido. Si al menos se aprovechara para una gratificante diversión...


    Bueno, bien está lo que bien acaba :D

    besos

    ResponderEliminar
  3. Dios mío, me ha pasado tantísimas veces. Has descrito cada detalle. Mira, ahora mismo estoy procrastinando (si es que soy imbécil).

    Un saludo.

    ResponderEliminar

 
Tinta Invisible Blog Design by Ipietoon