Insomnio

Suelo padecer insomnio por muchas razones, no necesariamente importantes. Me cuesta conciliar el sueño incluso en circunstancias normales y rara es la ocasión en la que me duermo antes de las dos de la madrugada. Si a esto le sumamos una pequeña perturbación, el resultado suele ser una larga noche en vela.

Esta noche es una de esas. He de levantarme a las siete de la mañana, y después de cenar siento que jamás he estado tan despierta. Aún así, me meto en la cama a las once, confiando en que Morfeo quiera venir a hacerme compañía. Sin embargo, pasan las horas, mi vista se ha adaptado perfectamente a la oscuridad de la habitación y estoy harta de mirar al techo y de adivinar figuras entre el gotelé de las paredes. Además, me canso de dar vueltas en esa cama que jamás me ha parecido tan incómoda.

Me levanto y voy al salón. Me lio un cigarro y enciendo la tele, haciendo zapping entre tarotistas, teletiendas y concursos telefónicos. Me quedo en un canal de tarot, donde una tal Puri de Cuenca ha llamado para preguntar sobre la salud de su madre. Cuando la llamada termina (Puri debe estar reservando sala en el tanarorio, por lo visto su madre está en las últimas de Filipinas), el tarotista, llamado el Gran Rum, se queda largo rato sin que le llame nadie. Comienzan a ofrecer llamadas gratis y 2x1 en predicciones, pero nada. Casi me da lástima. Pero por fin llama un tal Sagitario, y el Gran Rum y yo nos quedamos tranquilos.

Apago la tele y camino por la casa a oscuras. Siento mis músculos casi entumecidos tras haber estado tantas horas dando vueltas en la cama y lo último que me apetece es volver a acostarme.

Tras una rápida mirada al reloj (en realidad dos miradas, por alguna razón a la primera nunca retengo la hora, ¿soy la única a la que le pasa?), compruebo que son casi las cuatro y que me quedan poco más de tres horas para que suene el despertador. Es en este momento, como en todas mis noches de insomnio, cuando me planteo si merece la pena tratar de dormir o por el contrario es preferible quedarme despierta.

Decido quedarme levantada. Vuelvo al sofá y cojo el libro que he de terminar de leer para una clase. Y, cómo no, en ese mismo instante un gran bostezo me ataca por sorpresa. Empiezan a pesarme los párpados como si hubiese un hipnotizador entre las páginas del libro. Aprovecho y me voy a la cama con el libro, para proseguir ahí con su lectura, a sabiendas de que si me quedo dormida en el sofá, por la mañana tendré una tortícolis de caballo.

Me acomodo entre las sábanas y me duermo lentamente, sintiendo como las palabras cada vez tienen menos sentido.

Un par de horas más tarde suena el despertador y, milagrosamente, mi cama ha dejado de ser territorio hostil para convertirse en una mullida nube de la que no quisiera salir jamás.

2 comentarios:

  1. Para tu consuelo, te diré que yo también miro el reloj dos veces (o tres, o cuatro...).

    Dicen que hay un truco que funciona: por cada media hora que te quedes despierta, auto-castígate con quince minutos haciendo tareas de casa (planchar, fregar, barrer...). Cuando termines vuelve a la cama y vuelta a empezar (o a dormirse por fin).

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  2. Lo que relatas me suena tan conocido... ay...

    Una estrategia va a ser comenzar directamente por el libro, nada más acostarse. Y una de dos: o caes rendida al poco, o te terminas el libro durante la noche.
    Así cada noche, no habrá biblioteca que llegue.


    besos

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