Zapatos

Suena el despertador a las seis de la mañana. Yo maldigo en arameo y refunfuño y remoloneo, pero acabo por levantarme y hacer un gran esfuerzo para encender la cafetera, necesito mi dosis de cafeína para mover los engranajes de mi cabeza.

Me visto con los ojos prácticamente cerrados, de forma automática, pensando en que menos mal que ayer me dejé la ropa preparada. Al calzarme, me fijo en mis zapatos. Son los que utilizo casi a diario, que son cómodos y van con todo. Los pobres están ya muy ajados y me prometo comprar unos sustitutos cuando vuelva a casa la semana que viene.

Mientras arrastro la maleta por la calle, sonriendo para mis adentros por el ruido infernal que hacen las ruedas y pensando que os jodan a todos, si yo estoy despierta vosotros también, sigo pensando en los zapatos.

Y me da por equipararlos a una relación de pareja. Cada día están contigo, al principio no se adaptan del todo, pero con el uso se amoldan a tus pies, encontrando el acomodo perfecto. Soportan tu peso y te acompañan a donde quiera que vayas. Y puede que no sean los más caros ni los más bonitos de la tienda, pero para tí son los mejores.

Por otro lado están los zapatos de fiesta, que tienen una gran similitud con los rollos de una noche. Buscas los más bonitos, los juzgas principalmente por su aspecto y al principio estás encantada con ellos. Pero el idilio no dura mucho, porque a las pocas horas lo más probable es que te duelan los pies y te hayan salido ampollas, así que la relación rara vez pasa de la primera noche.

Otras son las zapatillas de deporte, que a mí me recuerdan a los follamigos o a los amigos con derecho a roce, como cada uno quiera llamarlos. No las usas a diario, pero siempre las tienes en el armario, por si acaso. Son cómodas, están hechas a tu pie pero no las llevas para ir a cualquier sitio, porque son para usarlas en un momento determinado, básicamente cuando quieres sudar.

También están las sandalias y las chanclas, que podrían ser un ejemplo de los amores de verano. Son deshinibidas y dan a tu pie cierta sensación de libertad. Pero al llegar septiembre te deshaces de ellas y casi nunca las recuperas, lo más probable es que el siguiente verano te busques unas nuevas.

Cuando estoy a punto de empezar a analizar las zapatillas de estar por casa como posible prototipo de relación, una señora interrumpe mis pensamientos para preguntarme si estoy esperando al autobús que va a Pamplona. Pierdo el hilo, así que decido escuchar música y dejar de desvariar, aunque sea por un rato.

5 comentarios:

  1. Muy interesante blog, un grato momento el poder visitarlo.
    Un abrazo!



    Andrés Z.

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  2. Me encanta... me tendrás por aquí.

    PD: Yo uso unas zapatillas para todo, las quiero como a nada... jajajajajajajaja.

    Un saludo.

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  3. Estupendo! Le vendría genial la canción de Joaquín Sabina, "Seis de la mañana"

    Vendré por aquí

    Un saludo

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  4. Es una comparación logradísima.
    Tenemos respuestas en los pies jajajaja

    besos

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  5. Los zapatos de fiesta deslumbran, impactan, pero al tiempo se antojan incómodos, rozan, duelen. Las zapatillas de deporte no tienen sentido fuera de contexto y las sandalias mejor no utilizarlas cuando vienen malos tiempos... No hay nada como el calzado de ir por casa.

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