Creer en milagros

Aparco mi coche peor que nunca en el parking del hospital, cerca de la entrada de urgencias. Entro y diviso a mi padre sentado en la sala de espera. Su preocupación, reflejada en su cara como si fuese un libro abierto, puede verse a varios metros de distancia. Me mira entre aliviado y confundido por mi presencia.

-¿Qué haces aquí? ¿No terminabas a las nueve?
-No me he quedado a la conferencia, sólo he estado en la presentación.

Asiente con cara de circunstancia y me cuenta las pocas novedades que tiene, que mi madre ha entrado por fin a que la viesen, tras cuatro horas de espera, y que mi hermana acaba de llegar y está con ella. Decido entrar yo también, él prefiere esperar.

Nada más abrir la puerta que lleva de la recepción al pasillo de boxes, una enfermera me intercepta y busca en la lista el nombre de mi madre.

-Ah, sí. Está en traumatología, pero...
-¿Por dónde se va?
-Es al final del pasillo, pero ya tiene una acompañante, así que...
-Bueno, pues ahora ya tiene dos.

Sigo mi camino sin hacer caso de lo que me dice. No trata de detenerme.

Las encuentro, efectivamente, al final del pasillo. Mi madre está sentada en la camilla, lleva puesto un pijama de hospital y, como mi padre, se sorprende de verme ahí. Mi hermana está de pie a su lado, veo en sus ojos que ha estado llorando, tiene el susto muy reciente, se ha enterado hace una hora escasa.

Me dicen que todavía no ha venido el médico, pese a que lleva ahí más de media hora. Ella dice que se encuentra bien, que no le ha pasado nada, y que lo único que le apetece es irse a casa a descansar. Pero yo he visto una foto del coche y, como no suelo creer en milagros, la idea de una lesión interna no deja de rondarme por la mente.

Obviamente no es eso lo que le digo a mi madre. Le digo que sé que está bien, pero que es mejor que se haga algunas pruebas, por asegurarnos y que, nunca se sabe, igual hay un George Clooney en plantilla, no íbamos a desperdiciar la oportunidad.

Por fin viene una enfermera, ni rastro de Clooney, y nos dice que se la llevan para hacerle pruebas. Mi madre me pide que vaya a casa y prepare la cena para todos, para cuando terminen. Me despido a regañadientes y vuelvo a la salida de urgencias, donde sigue mi padre. Le comento la situación y me da dinero para que compre la cena. Por la cantidad que me da, me doy cuenta de que su cabeza no está precisamente aquí.

Un par de horas después llegan a mi casa. Le han hecho todas las pruebas pertinentes y lo único que ha necesitado es un collarín y recetas de anti-inflamatorios y relajantes musculares, nada más. La miro sin acabar de creérmelo. En realidad nadie se lo termina de creer. Pero llega el marido de mi hermana, y mi prima con su novio. Y mientras cenamos todos juntos la tensión se va disipando poco a poco.

Pese al día que hemos pasado, sabemos que hay mucho que celebrar.

7 comentarios:

  1. Uf, sí. Mucho mejor así.
    Bien está lo que bien acaba. Qué alivio.

    besos

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  2. pues si, todo que celebrar....y por el refresco mental de que no hay tiempo que perder....y por el amor, que arropa en los momentos de vértigo...saludos!

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  3. Le plagian: http://agiteysirva.blogspot.com.es/2011/05/de-vestidos-y-decisiones.html

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