El turista

Mientras pienso en cómo escribir este post me pregunto si estaré siendo un tanto repetitiva respecto a entradas de años anteriores. Probablemente sí. Es lo que ocurre cuando un año tras otro repites experiencias similares, aunque con diferentes personas alrededor.

Es lo que ocurre con ese extraño subgénero de la raza humana llamado "turista". Porque, no se engañen, el turista no es un ser humano normal y corriente, no. Es un ser que, desposeido de la rutina del trabajo y de la vida diaria, sometido a veinticuatro horas rodeado de su familia, encontrándose en un hábitat diferente al suyo, adquiere unas características, como poco, curiosas.
Quizás haya que mirarlos muy de cerca para darse cuenta, o incluso cruzar unas palabras con ellos, pero siempre hay detalles que los delatan.

Por ejemplo, nadie en su sano juicio se vestiría en su día a día como el Coronel Tapiocca. Pero, por alguna razón, el turista se ve obligado a llevar pantalones con ocho bolsillos, chaleco con diez bolsillos (los bolsillos, un tema aparte) y un simpático y hortera gorrito, todo en tonos beige y caqui. Y no importa si su intención es hacer una expedición por el Amazonas o caminar durante dos horas por un camino más abarrotado que el Corte Inglés el primer día de rebajas.

Otro gran detalle que delata al turista es el gran interés por la artesanía local. Es de suma importancia para él comprar objetos fabricados en el lugar en el que pasan las vacaciones, no importa si el artilugio en cuestión es la cosa más fea e inútil que hayan visto en la vida, tiene que comprarlo pase lo que pase. Claro que esta costumbre también engloba una aún más ridícula, si cabe. Comprar cosas que no están hechas en la localidad, pero en las que sin embargo pone el nombre de la misma. Aunque sea un llavero fabricado en China y pueda encontrarse en cualquier tienda de regalos del planeta. Si lleva el nombre del pueblo, es típico, no hay discusión.

Ahora, con la crisis, se ha acentuado una característica del turista que antes sólo se veía de vez en cuando. El regateo y la tacañería. Familias de cinco miembros comparten tres menús porque (la excusa siempre es la misma, no falla) los niños casi no comen. De modo que mientras el padre y la madre (dichosos ellos) se comen cada un su menú completito, los tres niños (que en ocasiones no son tan niños y quizás incluso le saquen una cabeza a su padre) tienen que compartir un plato de sopa, una pechuga empanada y un postre. Y gracias.

Curiosamente, el mismo turista que ha enviado a sus hijos a la cama prácticamente sin cenar, suele ser al que más tarde te encuentras en el pub local, atiborrándose de chupitos y haciendo el ridículo en la pista de baile porque "aquí no nos conoce nadie". Esa es otra gran frase habitual del turista, que probablemente explique los comportamientos ya citados y muchos otros que dejo en el tintero para no apabullarles.

Sólo añadiré una petición. Ahora que estamos en pleno verano y quizás están pensando en ir de vacaciones, tengan cuidado. Podría pasarles a ustedes.

1 comentarios:

  1. Jajajaja sim duda me he reflejado y muchos que han dejado la rutina, me agobias, pero me ha gustado.

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