Ponzoña.
(Del lat. pontionāre).
El llanto me sorprende antes de que la primera luz del día
entre por la ventana de mi habitación, mientras aún me columpio entre sueño y
vigilia. Me llevo una mano al pecho, algo duele ahí dentro y suena a cristales
rotos cuando me muevo.
Busco el móvil con la otra mano, aunque sé que no debo, que
ni siquiera quiero. Pero lo cojo y lo miro. Mis dedos escriben solos y yo me
desprecio a mí misma por volver a enzarzarme en la misma conversación. Pero lo
hago y acabo despreciándome todavía más por no ser capaz de atender a razones,
ni las suyas ni las mías. Las suyas que me piden que vuelva, las mías que me
exigen que me aleje. Sólo puedo permanecer en ese limbo en el que ya no soy
suya, pero todavía no me he ido.
Por eso agradezco infinitamente su despedida rápida, desesperada,
que sabe a “ya no sé qué más decirte” y a “sólo espero que
algún día te des cuenta”. Agradezco que me haya allanado el camino, que me haya
arrancado ese adiós.
Ya no estoy en el limbo, sino en la cruda, desagradable y nublada
realidad y cuando me miro al espejo detesto lo que veo. Mi cara todavía está
descompuesta, mis ojos vacíos, huecos, carentes de toda emoción. Fiel reflejo de mi corazón emponzoñado.
Las heridas tienen dos curas: el tiempo y el silencio.
ResponderEliminarQué mal rollo. Buen texto.
ResponderEliminarBravo por esa prosa poética. Madre mía cuantos blogueros nos hemos puesto de acuerdo para estar de bajona...
ResponderEliminarUn saludo :)