Martes en todo su esplendor

Todo empieza el lunes, como un redoble que anuncia lo que está por venir. Mi móvil muere súbitamente, no carga, no se enciende. En circunstancias normales no me importaría demasiado (qué liberación vivir desconectada de todos), pero hoy, justo hoy, sí me importa.

El martes amanece soleado y frío y mi teléfono sigue muerto. La noche anterior tuve que pedir prestado un despertador para poder levantarme a tiempo, es lo que pasa cuando confiamos una buena parte de nuestras necesidades diarias a un sólo aparato.

El dolor de muelas que me acompaña desde hace varios días sigue conmigo hasta que, a falta de un par de horas para terminar las clases, decido que no puedo más y que me vuelvo a casa para agonizar en la intimidad.

Tengo cita con la dentista, pero primero quiero pasarme por la tienda de telefonía. Como voy con el tiempo justo, salgo de casa a toda prisa. Piso mal, me tuerzo el tobillo, intento agarrarme a la barandilla, sin éxito, y ruedo escaleras abajo. Tirada en el rellano, todavía intentando entender qué coño ha pasado, me levanto y compruebo que estoy bien, que seguramente se quede en un susto y en un moratón, así que salgo zumbando de nuevo.

Tras pasar sin incidentes por la tienda de telefonía (tendrán mi teléfono arreglado en un par de semanas), llego a la consulta de la dentista, que después de regañarme por no haber ido antes, me da cita para una endodoncia y me avisa de que serán doscientos euros.

Con el bolsillo más dolorido que la muela, voy a casa de mi hermana, al otro extremo de la ciudad. Hemos quedado para que me preste su móvil viejo. Llamo al timbre y no me abre. Dos veces más, nada. Asumo que no está y me acerco al bar más cercano para, al menos, no pasar frío mientras espero.

Veinte minutos más tarde vuelvo a llamar al timbre de su casa vacía. No quiero volver al bar así que me meto en el coche. Me planteo irme, pero no quiero seguir sin teléfono, hoy no, y estoy segura de que si me voy, en cinco minutos habrá vuelto a casa. Pongo la radio y espero, vigilando su portal desde el retrovisor izquierdo.

Una hora después de haber llamado al timbre por primera vez, aparece. Ya pasan las ocho de la tarde. Entramos, me da el teléfono y un libro que me ha comprado y me vuelvo a casa, harta de todo.

Teléfono, dolor de muelas, escaleras, dentista, esperar en la calle... sólo quiero cenar y meterme en la cama. Y sí, la cena se quema mientras me entretengo configurando el móvil y revisando los mensajes, así que me limito a comerme un yogur, apagar la luz y desear que llegue pronto el miércoles.

Esto me pasa por cumplir años un martes.

0 comentarios:

Publicar un comentario

 
Tinta Invisible Blog Design by Ipietoon