La compra

Repaso mentalmente la lista de la compra mientras me pongo a la cola para pagar en el súper. Por suerte a esta hora no hay demasiada gente.

Delante mío, una señora rubia con un culo enorme coloca sus cosas en la cinta. Todo verduras, yogures desnatados y algo que parece serrín, pero cuya etiqueta reza salvado de avena. Debe estar a dieta. Me fijo de nuevo en su culo, enfundado en unas mallas con estampado de tigre y me digo que alguien que posee la seguridad de vestir así, no necesita una dieta para sentirse bien. Lo cual alabo, por cierto. (No así el gusto, las mallas dañan a la vista.)

Un puesto más adelante hay una señora muy muy mayor. Por sus cientos de arrugas, la curvatura de su espalda y la lentitud de sus movimientos le calculo unos ochenta años. Ya ha pagado y está tratando de meter las cosas en una bolsa de plástico, pero la bolsa se resiste a abrirse.

Veo cómo intenta abrirla por todos los medios, acercando la cara al plástico y entrecerrando los ojos, como si se preguntase qué ser endemoniado ha ideado ese invento.

Está bloqueando la caja. La señora de las mallas de tigre resopla, porque sus productos de dieta se están acumulando en el borde de la repisa, y la cajera pone los ojos en blanco. Ninguna de las dos se digna a ayudar, o siquiera mirar, a la anciana, que está más apurada a cada momento que pasa. Sabe que está interrumpiendo, pero no es capaz de ponerle remedio, aunque lo intenta con todas sus ganas.

No soy capaz de soportar la escena. Murmuro un joder y adelanto a la rubia del enorme culo, para llegar a la señora mayor.

¿Quiere que la ayude?

Se lo pregunto con toda la amabilidad del mundo, esa que se aprende tras más de diez años detrás de un mostrador. Me tiende la bolsa con las manos temblorosas y al momento se la devuelvo, abierta. 

Gracias, hija.

Me sonríe, le sonrío y vuelvo a mi sitio.

Supongo que debería sentirme bien por haber ayudado a otra persona, y así es, pero al mismo tiempo me siento mal, asqueada y cabreada con la deshumanización y el egoísmo que nos rodea. El hecho de que alguien no pueda entregar dos segundos de su tiempo para ayudar a otro, aunque sea un completo desconocido, me parece incomprensible.

Así nos va.

1 comentarios:

  1. En la compra surgen aventuras maravillosas, y todas ellas mientras hablas con las ancianas.

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