El regalo

Quien me conozca un poco (y mis lectores habituales pueden presumir de ello) sabrá que soy una persona sumamente observadora y detallista. A día de hoy soy capaz de recordar el perfume que usaba mi madre cuando yo era una niña, o la canción que sonaba aquel día en aquella cafetería. Sé de qué color son los zapatos que llevaba hoy la chica que se sienta a mi lado en clase y la marca del reloj del chico que se sienta a mi otro lado. Recuerdo la emisora de radio preferida de mi dentista y el muñeco de peluche preferido de mi sobrino.

Gracias a estas cualidades se me da muy bien hacer regalos, con el valor añadido de que me encanta hacerlos, incluso más que recibirlos. Reconozco que, al menos para mí, regalar es un acto de lo más egoísta. Quiero complacer a la otra persona, sí, pero a eso le puede la satisfacción que recibo al acertar de pleno (o casi, todos nos equivocamos de vez en cuando).

Recientemente he hecho un regalo. Sin venir a cuento, sin obedecer a una ocasión especial, sin un porqué, ni una excusa, sólo porque se me ocurrió. No me costó ningún dinero, pero sí horas que, encantada, invertí en su preparación. No obstante, la nube de expectación que había creado, se disolvió cuando ya estaba terminado, empaquetado y enviado. Tuve la torpeza de contárselo a una amiga (no me quedó más remedio, me pilló in fraganti) y, si no recuerdo mal, la palabra que utilizó para dirigirse a mí fue "tonta". Tú eres tonta, tía. Sí, eso fue.

Sus razones fueron que no se lo merece y que cuándo ha hecho algo así por ti y que sabes perfectamente que si no lo ha hecho es porque no le ha dado la gana, que con otra gente bien se lo ha currado.

Y sí, tiene razón en todo, nada que objetar, Señoría. Si acaso todo ese rollo espiritual de que lo que importa es dar y no recibir, aunque me parece que no ha colado.

Lo cierto es que sí me siento un poco tonta. Cuando hacemos este tipo de cosas es porque nacen del corazón, porque nos apetece, porque queremos dedicar tiempo y esfuerzo para sorprender a la otra persona y queremos que sepa que nos importa. Y es bonito. Pero no lo es tanto cuando comprendemos que no existe, ni ha existido nunca, esa reciprocidad, que tal vez no significamos tanto para otros como ellos significan para nosotros.

Es algo que no se puede ni se debe forzar, porque, de nuevo, ha de nacer del corazón.

Sea como fuere, recientemente he aprendido que de todo o de casi todo puede extraerse una lección. Y en este caso se trata de que no debemos aferrarnos a algo que no nos llena, ni a alguien que no está dispuesto a darnos en la medida que recibe. No se trata de que exista una perfecta simetría, ninguna relación es completamente ecuánime. Pero no deberíamos sentirnos menos, ni tontos, ni perritos falderos haciendo monerías en busca de una palmadita distraída.

Deberíamos rodearnos de personas que nos hagan sentir bien, importantes y queridos. Y no es fácil, no todos tenemos la suerte de acertar a la primera, pero hay que luchar por ello.

Lección aprendida.

0 comentarios:

Publicar un comentario

 
Tinta Invisible Blog Design by Ipietoon