El vaso medio lleno

-Esta fase es muy complicada.
-Bueno, ya lo iremos haciendo.
-Sí, pero es que mira la de trabajo que tenemos.
-Pues poco a poco, tenemos tiempo.
-Una semana, tú dirás qué hacemos en ese tiempo.
-Como todos, ¿o me vas a decir que ahora somos más tontas que los demás?
-Es que siempre estás igual, parece que no te importe.
-¿Cómo no me va a importar? Pero digo yo que la faena no va a desaparecer por quejarnos de lo difícil que es.
-...
-Va, vamos a empezar.

La lucha diaria con mi compañera de clase, a la hora de trabajar en el proyecto que tenemos en común. Tiene la pasmosa capacidad de hacer que el trabajo más sencillo parezca una montaña inexpugnable y yo me veo con la obligación de, no sólo sacarlo adelante, sino de sacarla a ella también, convenciéndola día a día de que es capaz de hacerlo, quedándome con las partes más complicadas y felicitándola cada vez que escribe tres frases coherentes.

Es agotador. No obstante, la comprendo. Sé muy bien lo que es sentirse desmoralizada, perdida, incapaz. Lo que significa creerse peor que el resto. Lo que se te pasa por la cabeza cuando sólo eres capaz de ver el vaso, ya no medio vacío, sino roto.

Sin embargo también sé que quejarse no sirve de nada, hay que actuar. Y si las cosas no salen bien a la primera, será a la segunda. Y si no a la tercera. Y si no, será no tenía que ser, quién sabe.

Por eso, cada día y con toda la paciencia que soy capaz, lidio con ella, tratando de que por fin lo comprenda. Ya no por conseguir terminar el dichoso proyecto, sino porque sé, con casi diez años más que ella, que esta es una lección vital que hay que aprender cuanto antes. 

Como dijera Helen Keller:
Ningún pesimista ha descubierto nunca el secreto de las estrellas, o navegado hacia una tierra sin descubrir, o abierto una nueva esperanza en el corazón humano.
O, como digo yo:
Deja de quejarte y mueve el culo, hostia.

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