El viaje

Te despiertas un domingo cualquiera. Disfrutas de la sensación de poder quedarte en la cama, desperezándote, recreándote en tu día libre. Repasas la noche anterior, lo bien que lo pasaste, lo mucho que te reíste. También lo hiciste por la tarde. Y por la mañana. Últimamente estás que te sales.

No sabes cómo ha ocurrido, pero de un tiempo a esta parte, todos los días empiezan con una sonrisa (después del obligado café, antes de eso sólo hay gruñidos). Te sientes satisfecha, tranquila, feliz. Tienes la certeza de que haces bien y eso te provoca un enorme chute de endorfinas.

Incluso te das cuenta de que tienes más energía que antes. Y la quemas, desde luego. El cuerpo te pide salir, hacer cosas, ver gente. ¿Hace cuánto que no te pasaba eso? Y resulta que quemar toda esa energía sólo consigue que produzcas aún más. Imparable, esa es la palabra.

Te ves más guapa. Te miras al espejo y te gusta la imagen que te devuelve. No sólo te gusta, sino que te recreas en ella, nunca te habías hecho tantas fotos.

Y, más importante que todo lo anterior, te das cuenta de que ocurra lo que ocurra, de que por muy mal que lo hayas pasado, de lo mucho que te haya costado superar las cosas, el mundo no ha dejado de girar. Y tú con él. Comprendes que la vida es muy puta, pero que tú eres más fuerte. Eres capaz de sobreponerte y tú misma eres la prueba. No hay más que verte ahora.

Eres capaz de decir que has pasado página, cerrado capítulo y terminado el libro. Ahora está en tu estantería, junto a los anteriores. Y no sólo estás preparada para escribir uno nuevo, sino que ya lo estás haciendo. Empezaste sin darte cuenta y aquí sigues, página a página, disfrutando de tu nuevo viaje.

Y este viaje sí que promete.