El pijama

Me encantan los pijamas. No sólo por la comodidad, sino porque son la excusa perfecta para llevar algo digno de una niña de seis años, ya saben, rosa, cursi y con dibujos monos.

Hoy me parece un buen momento para llevar uno en particular, el que me regaló él. No es rosa, pero tiene buhos, algo es algo. Quiero llevarlo porque, ahora que todo ha terminado, he decidido dejar de recordar las cosas tristes y negativas y quedarme con las buenas. Al fin y al cabo, hubo muchas.

Sin embargo, algo ocurre. Al ir a sentarme con él puesto, la tela del pantalón se engancha, exhalando un quejido que no suena nada bien. Se ha roto, mucho. Y por muy buena costurera que yo sea, tiene mal arreglo.

Lo miro desconcertada, no puedo creer que haya sucedido. Y precisamente hoy.

Puede que sea una señal, me digo. Mi ruptura con el pasado se ha materializado en la ruptura de algo que él me regaló. Me pregunto si esto significa que el paso adelante es definitivo, que no se puede remendar. 

Es difícil soltarse, aunque lo que nos uniera ya no fuera más que un finísimo hilo. Pero hay que hacerlo para poder avanzar.

Me quito el pijama, lo devuelvo al cajón y me pongo otro, uno nuevo. 

Nueva vida, nuevo pijama, así debe ser.

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