La batalla

El mayor problema de tener el corazón roto, salvo el hecho en sí, es que pese a que puedes centrarte en tu vida, en tus obligaciones, en tus amigos y en tus hobbies y tener una existencia plenamente normal durante la mayor parte del tiempo, suele llegar un momento en el que algún mal recuerdo surge de forma traicionera, sin que sepas por qué lo ha hecho ni de dónde ha salido.

Con el estómago encogido y el corazón acelerado intentas apartar ese pensamiento de tu mente, pero no sólo se niega a irse, sino que trae otros consigo, agolpándose y amontonándose unos encima de otros, luchando por el protagonismo.

Parece ser que el tema de hoy es la humillación.

La humillación que sentí cuando puso en duda mis gustos cinematográficos, asegurando que decía que me gustaban ciertas películas sólo porque le gustaban a él, para así intentar ganármelo.

La humillación que sentí cuando supe que le parecía aburrida y que solía desconectar cuando le hablaba.

La humillación que sentí cuando comprendí que no quiso ver aquella película conmigo, porque nunca iba a ser nuestra, sino de ellos.

La humillación que sentí cuando dijo que buscaba a alguien que le fascinase, como le fascinaba ella, pero no yo.

La humillación de saber que mientras yo sufría por su ausencia, él estaba mejor sin mí.

La humillación que sentí cuando supe que había estado riéndose de mí con sus amigos.

La humillación que sentí cuando nos comparó y salí perdiendo.

La humillación de haberlo descubierto demasiado tarde.

La humillación de seguir amándole pese a todo.

Sin embargo, esta vez no voy a caer en la trampa. No voy a reprocharle todo esto por enésima vez, puesto que no sirve de nada. Tampoco voy a rememorar una y otra vez cada recuerdo doloroso, porque he comprendido que de nada vale remover el pasado ni regodearse en él.

Es mejor dejar que pase y está bien ser consciente de ello.

¿Conocen esa sensación de extraña calma cuando un fuerte dolor empieza a remitir? Como cuando te duelen las muelas y, de repente, el analgésico hace efecto, tomas plena consciencia de ti mismo y saboreas ese recién redescubierto bienestar.

En este caso es lo mismo. Sufres durante unos minutos, tal vez una hora, sientes cómo el dolor te inunda, incluso te cuesta respirar. Pero pasado ese tiempo, desaparece ante tus propios ojos. Te miras, el nudo del estómago ha desaparecido, tu corazón ya no parece querer salirse de tu pecho y vuelves a respirar con normalidad.

No podemos evitar los malos momentos, pero debemos aprender a tratar con ellos, plantarles cara y decirles: Podéis golpearme, pero no me vais a derrumbar. No tenéis poder sobre mí.

Las guerras se ganan batalla a batalla y siento que hoy he ganado otra.



Por cierto, si alguien no me para los pies, acabaré escribiendo libros de autoayuda.

1 comentarios:

  1. Los recuerdos enterrados sin dejar marca ni señal, como en fosas comunes de vergüenzas que auto-ocultarse, pueden resurgir con un simple juego en la arena removida... Lo suyo es darles un funeral como es debido y buscarles un lugar de descanso eterno bien señalizado. Así, cuando empiecen las excavaciones de los nuevos cimientos no habrá que detener la obra por culpa de yacimientos perversos.

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