Por los pelos

Y por fin llegó el último examen, concretamente la recuperación de contabilidad. Estoy nerviosa, mucho. A las seis de la mañana salto de la cama porque no logro recordar cómo se calcula la amortización del inmovilizado material.

Una vez tengo el examen delante y leo los enunciados, los nervios remiten ligeramente, está controlado. En gran parte porque tengo el cuadro de cuentas (para quienes no lo sepan, el cuadro de cuentas es un documento en el que figuran los códigos de todo aquello que ha de contabilizarse: bancos, existencias, clientes...) repleto de chuletas. Fórmulas varias y ejemplos de cómo contabilizarlo todo, escritos a lápiz entre las diminutas cifras impresas.

Espero no necesitarlas pero, como me dijeron hace no mucho, mejor tenerlas y no necesitarlas que al revés. Y el hecho de saber que están ahí me da cierta seguridad.

No obstante, la tranquilidad dura poco. El profesor se detiene junto a mi mesa y coge el cuadro de cuentas ante mi aterrada mirada. No respiro y mi corazón deja de latir. Mientras lo ojea, mi mente se dispara.

Ya está, me va a echar. Tendré que presentarme a la recuperación en junio. O en septiembre. A lo mejor me hacen repetir directamente. Qué vergüenza, joder.

Ni siquiera sé dónde mirar. Finjo estar interesadísima leyendo el examen, pero las letras se han vuelto borrosas y no consigo ver nada.

Cuando estoy a punto de recoger mis cosas y marcharme, el cuadro cae junto al examen, y el profesor vuelve a su mesa sin decir ni una palabra. O no ha visto las chuletas o ha fingido no verlas (supongo que es más bien lo segundo). 

Estoy salvada, pero creo que he perdido diez años de vida.



(Por lo demás, ha ido bien. Hasta el jueves no sabré los resultados, de modo que mi futuro inmediato puede compararse con la paradoja del gato de Schrödinger, pero las cañas de esta tarde no me las quita nadie.)

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